Si le preguntaras a cualquier adulto mayor cómo pasó el día anterior, te sorprendería la cantidad de personas que te dirían lo mismo: pocas horas de sueño, televisión encendida por horas y horas, algo de comida en la tarde, un poco de orden y trabajo. Nada de contacto con hijos, nietos ni amigos. Una rutina sencilla y, por encima de todo, solitaria.
Si fueras a preguntarles a estas personas qué tan buena consideran su propia salud, te responderían que razonablemente buena… pero no son felices. De hecho, en una escala del 1 al 10, según la encuesta del American Time Use Survey, te dirían que 2.
La soledad se ha convertido en una experiencia mucho más frecuente en las últimas décadas, y se ha visto potenciada por la pandemia. Y esto es un problema no solo social, sino sanitario. A pesar de que estos adultos piensen que su salud es buena, en realidad tienen un 39% más de posibilidades de morir que una persona de su misma edad, sexo y condición, pero con más conexiones sociales.
MEJOR QUE UNA VACUNA
Aunque la idea no es nueva y distintos estudios han señalado esta evidencia en los últimos años, pocos lo han hecho con la contundencia y concreción de un estudio científico recientemente publicado en la revista BMC Medicine: en lugar de hablar de soledad en general, ha diferenciado entre la soledad objetiva y la subjetiva; la que proviene de un aislamiento de relaciones epidérmicas y de aquellas más intensas, las que mantenemos con amigos cercanos y familiares.
Ha tenido en cuenta lo cualitativo, pero también lo cuantitativo. Y ha llegado a la conclusión de que – en esta vida – lo más importante es ver a la familia y amigos cercanos. Y que con una visita al mes es suficiente.
“La verdad es que no era lo que esperábamos encontrar”, confesó el cardiólogo Jason Gill, uno de los autores del estudio, durante su presentación, que se celebró hace unos días por videoconferencia. “Pero parece claro que hay un efecto umbral. Una vez que empiezas a ver a tus amigos y familia mensualmente, el riesgo se mantiene bastante estable. Da igual que sea una visita mensual, semanal, varias veces a la semana o todos los días”, señaló. Hay que ser sociable, sí, pero no es necesario serlo demasiado, al menos desde el punto de vista de la salud y estrictamente instrumental. “Verlos con más frecuencia no te da ningún beneficio adicional”.
EPIDEMIA SILENCIOSA Y LETAL
Para realizar el estudio se utilizaron los datos de 458.146 adultos reclutados en el Biobanco del Reino Unido, una enorme base de datos biomédicos disponible para ensayos científicos. Los participantes fueron reclutados entre 2006 y 2010 y tenían entonces una edad media de 56,5 años. 13 años después, 33.135 de ellos habían muerto. Los autores cotejaron las defunciones con las respuestas que habían dado a una serie de preguntas sobre la soledad y armonizando factores como edad, sexo, situación socioeconómica y enfermedades previas. Llegaron entonces a una conclusión demoledora: la soledad mata.
“Hay diferentes tipos de soledad y diferentes tipos de aislamiento”, explica el profesor Harmish Foster, de la Universidad de Glasgow, en Escocia, que también participó en el estudio. En esta ocasión analizaron varios, y vieron que la soledad subjetiva es menos letal que el aislamiento social (objetivo), pero que, combinados, son fatales.
Entre los factores que determinan lo aislada que puede sentirse una persona están el participar o no en actividades grupales, el vivir solo o acompañado y el recibir la visita de amigos y familia. “Cada uno de estos 3 factores se asoció con un mayor riesgo de muerte, pero en particular, destacó el de las personas que afirmaron no recibir nunca visitas”.
PARA TODAS LAS EDADES
“Me parece interesante que se distinga entre distintos tipos de soledades, diferenciando entre lo estructural y funcional”, explica Bryan Strange, director de The Laboratory for Clinical Neuroscience, de la Universidad Politécnica de Madrid, España. En esta soledad estructural es donde se ven los beneficios de las visitas esporádicas. “Si conoces a alguien que vive solo, hazle una visita”.
Andrés Rueda, gerontólogo social y director de ASCAD coincide en esta idea y sentencia: “La soledad es una mala compañera de la fisiología, el estado de ánimo influye en el curso de las enfermedades. En consecuencia, a peor estado de ánimo peor estado de las patologías”. Rueda lleva 40 años trabajando en residencias de ancianos y cree que las visitas de amigos y familia ayudan, pero que también se pueden crear conexiones importantes con otros internos.
En cualquier caso, sentencia, llegados a cierta edad, es mucho mejor vivir en una residencia que en soledad. Cintia Gracia, trabajadora social y directora de la residencia Albertia el Moreral, también destaca el papel de los lazos más fuertes entre sus residentes. “La familia facilita mucho la salida fuera del centro o del hogar, tu familia viene, te saca, te cuenta su vida. De alguna forma está fomentando que te mantengas activo, que tengas un motivo para estar alerta, ilusionado”.
El estudio de BMC Medicine se ha centrado en adultos mayores que, en su inicio, tenían entre 40 y 70 años. “No tenemos datos de gente más joven”, lamenta el doctor Foster. “Pero una de las ideas de este tipo de investigación, sobre todo si se trata de mortalidad, es que tiende a ocurrirle a todo el mundo”.
Visitar a la abuela una vez al mes puede ser una buena medida de protección, una forma agradable de alargar su esperanza de vida. Pero no es un acto altruista, este efecto protector podría ser bidireccional. “Somos animales sociales”, añade el doctor Rueda. “Y lo somos independientemente de nuestra edad”.